jueves, 30 de septiembre de 2010

No digo diferente, digo raro.

Hoy me siento raro. Tengo mucho trabajo y no me apetece hacer nada. Tengo sueño y no quiero acostarme. Tengo unas hojas revueltas encima de la mesa que me gritan en silencio para que las lea una vez más, pero no puedo evitar hacerme el sordo. Me pongo un poco de música, pero al poco rato me duele la cabeza, incluso con la melodía más suave y relajada. Pongo la tele con la esperanza de encontrar algo interesante pero, como de costumbre, encuentro la misma basura putrefacta. Tengo demasiadas cosas en la cabeza; tantas incluso que me pierdo en mis propios pensamientos. Tantas ideas, tantas preocupaciones, tanta mierda al fin y al cabo, que no puedo evitar parar, desconectar y escribir. Escribir que estoy harto, que no quiero escuchar, no quiero ruido. No quiero relojes, ni horarios, ni calendarios. No quiero fechas, números, ni recordatorios. No quiero prisas, no quiero empujones, no quiero gritos, ni tensiones. No quiero razones, ni argumentos, ni explicaciones. No quiero remordimientos, miedos ni temores. No quiero preguntas, salvaciones ni recriminaciones. No quiero falsear, forzar ni fingir. No quiero pensar y no decir. No quiero creer y callar. No quiero gritos, ni quiero voces, ni siquiera palabras. No quiero gestos, ni quiero miradas. Quiero…

sábado, 25 de septiembre de 2010

La felicidad.

Según la enciclopedia, la felicidad es un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada y buena. Tal estado propicia paz interior, un enfoque del medio positivo, al mismo tiempo que estimula a conquistar nuevas metas. Es definida como una condición interna de satisfacción y alegría.
Según Oscar Wilde, la felicidad no se basa en algo material, no es algo que se consigue con el dinero, pero el tenerlo procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.
En cambio, según Goethe, la felicidad consiste en saber reconocer los méritos de los demás y poder alegrarse del bien ajeno como si fuera propio.
Lo grandes filósofos, por su parte, dicen que la felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación, en el caso de Kant, o que la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace, según Sartre.

La religión relaciona la felicidad con la plenitud del alma, la paz y el altruismo, que se consigue a través del amor a un Dios y a tus semejantes.

Los griegos explicaban que la felicidad se basa en la virtud, en hacer el bien y en la importancia de los bienes y placeres inmateriales.

Dinero, salud, familia, amor, sexo, amistad, paz… El subjetivismo que envuelve el concepto de felicidad me asusta y me confunde. Es una palabra demasiado arbitraria, inexacta y de significado dudoso como para representar un concepto tan importante para nuestra sociedad.

¿Es verdad que se necesita un dios para ser feliz? ¿Se necesita una cartera rebosante de billetes para sentirse alegre y satisfecho? ¿Es amor, familia y amigos lo necesario?
Después de leer miles de definiciones de felicidad, aún no puedo definirla por mí mismo, porque no estoy completamente de acuerdo con ninguna. Lo único que sé, y de lo único que estoy convencido, es que la felicidad está sobrevalorada. Es un concepto tan relativo y tan subjetivo, pero a la vez tan importante en nuestras vidas, que nos crea una sensación de vacío y de desdicha al creer que no la poseemos.
Un concepto tan ambiguo no puede definir y marcar nuestras vidas. Vivimos en función de un estereotipo y un ideal de felicidad que hay que conseguir, la meta de nuestras vidas es una utopía que se basa en una familia, unos amigos, una pareja, un trabajo estable y una buena cantidad de dinero en el banco que nos llevará a una felicidad final. Pero, ¿es eso realmente lo que queremos y lo que nos hace falta? Somos demasiados y demasiado distintos como para crear unos patrones sociales tan restringidos. Jugamos con el concepto de la felicidad y lo explotamos indiscriminadamente, creando estereotipos, metas, cánones de comportamiento y de forma de vida que hay que seguir para llegar al objetivo.
Sinceramente, me siento feliz. Nadie me ha dicho nunca que lo soy, que debería serlo, y tampoco que no lo soy. He recibido estímulos constantes por parte de mi familia, de mis amigos, de la sociedad en general. Cuando eres joven, parece que todo el mundo vela por tu felicidad, que todo el mundo quiere que seas feliz. Pero a medida que vas creciendo, cada vez más ese concepto de felicidad se va difuminando, se vuelve menos claro, se deforma y ves como al final, aquello que te habían dicho, aquello que habías aprendido a desear y a buscar, no es realmente lo que importa, no es lo que quieres, no es lo que buscas, ni lo que necesitas para ser feliz.
La felicidad es unipersonal, como decía Machado: “Camiante, no hay camino, se hace camino al andar”. Cada uno moldea su concepto de felicidad a sus propios objetivos, a sus propios retos y a sus propios ideales. Una sociedad paternalista y estereotipada no es una buena consejera, no puede decirte por dónde tirar, cómo hacer las cosas y cómo decidir. Si la felicidad es un camino, es un camino en el que sólo cabe uno. La propia felicidad es la que cuenta, la que vale y la que importa. Y si no eres capaz de buscar tu propio camino, tus propias decisiones y tu propia vida, no sólo no llegaras a ser feliz, sino que nunca llegarás a vivir.
Por lo tanto, la felicidad no es un concepto, no es una definición, no es una regla. La felicidad es efímera, volátil, intangible y, muchas veces, imperceptible. La felicidad es una cerveza con amigos una noche de viernes. La felicidad es una mirada, una caricia, un beso. La felicidad es tumbarte en la cama escuchando música para vaciar una cabeza demasiado llena. La felicidad es sentirte presionado pero saber que puedes. La felicidad es un cigarro de vuelta a casa. La felicidad es saber dónde apoyarte. La felicidad es una risa en un día gris. La felicidad es llegar. La felicidad es terminar. La felicidad es gritar, reír, correr, llorar, suspirar, respirar, vaciar, cantar, evadir, eludir, conseguir, persistir, hablar, discutir, susurrar, ver, admirar, sonreír… Y vivir. La felicidad eres tú. La felicidad soy yo. La felicidad somos nosotros mismos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El extranjero



- Dime, hombre, enigmático, ¿a quién amas tú más? ¿A tu padre, a tu madre, a tu hermana, a tu hermano...?

- Yo no tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.

- ¿A tus amigos?

- Os servís de una palabra cuyo sentido desconozco hasta hoy.

- ¿A tu patria?

- Ignoro bajo qué latitud está situada.

- ¿La belleza?

- De buena gana la amaría, diosa e inmortal.

- ¿El oro?

- Lo odio, como vosotros odiáis a Dios.

- ¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero?

- ¡Amo las nubes. . ., las nubes que pasan... allá lejos... las maravillosas nubes!
 

Charles Baudelaire.

martes, 21 de septiembre de 2010

Me gustaría asomarme al balcón de tus pupilas para así ver por fin, la vida a colores. Y balancearme sobre tus pestañas, siguiendo la suave melodía de tu voz. Perderme en tu mirada, ahogarme en la profundidad de tus ojos y no encontrar nada más que no seas tú.  Y perdido dentro de ti, dejarme acariciar por la cálida brisa de tus brazos, mientras mis manos, confiadas, dibujan tu contorno en el vacío, con el pincel de mis pensamientos. Mi mente te quiere, mi corazón te desea, mi cuerpo te extraña, y yo, y todas las partes de mi ser, mueren por un simple beso de tus labios.
¿Qué más puedo decirte? Que me encanta tu caminar, esa media sonrisa que se te escapa después de un beso, que me encanta aquella peca, la vida que me das con unas pocas notas de la canción de tu risa, que me encantan todos los buenos días… Y todas las buenas noches. Que me encanta imaginarte, soñarte, desearte y delirar sólo con el roce de tu piel. Que me encanta la cara de “dame un beso”, la de “tenía ganas de verte”, y la de “abrázame fuerte”. Pero sobre todo, me encanta como te llevas mis miedos e inseguridades, mi tristeza y mi soledad, los ahogas entre tus brazos, y los matas con un beso… Me encanta ver cómo se van, y no vuelven.
Porque no todo es magia, que también hay días oscuros, días de añoranza y de soledad en los que me faltas… Pero esa es quizás la razón más importante de necesitarte, porque eres tú quién enciende la luz de mis días oscuros, quién espanta la soledad con inigualables momentos de compañía, eres tu el alcohol en el que se ahogan mis penas.
Por eso, y por muchas razones más, yo te dejo que pasees por mis pensamientos, que mio corazón te explique el cuento de mis sentimientos, la fábula de mi vida, para que así veas que mi moraleja, eres tú.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Un viejo rockero dijo una vez que la vida es vida, si se puede resumir en lo que dura un cigarrito. Es una de esas frases que al escucharla, sonríes y te pones a imaginar en pocos segundos todo lo que significa: una vida de desenfreno y excesos bajo el lema de vive rápido y muere joven, una típica historia de sexo drogas y Rock&Roll, una trivialización del masificado concepto de la vida… Pero no te das realmente cuenta de la profundad de esas palabras, hasta que no le das un par vueltas.
Un cigarro que se consume… Una buena metáfora de la vida. Lo enciendes con una llama, con un chispazo, energía al fin y al cabo. Y a partir de ahí, se consume, se desgasta, se quema y se acaba a medida que respiras, que lo inhalas y que lo disfrutas. ¿Y al final qué? Ningún cigarro perdura para siempre. Una vez se apaga, se termina, se deja olvidado en el cenicero de la memoria, con miles de cigarros más. ¿Es esa nuestra realidad? Nuestra vida se enciende, se quema y consume mientras el tiempo da una calada tras otra, hasta que al final, se acaba.
 Ese pensamiento me llevaba reconcomiendo durante días, cuando me encerré en mi habitación a pensar en ello.
La luz de los claros de la ventana atravesaba el humo que me envolvía, y una música suave acompañaba el ambiente sombrío. A la primera calada la acompañó una pregunta que me rondaba la cabeza des de hacía ya unos cuantos días: ¿Qué espero de la vida? La segunda calada se confundió con un suspiro de inseguridad y duda, pero dio pié a una batería de posibles respuestas: Tal vez quería ser rico, multimillonario, tener una casa enorme y veinte coches esperándome en el garaje. Pero el problema del dinero es que dejas de ser tú el que lo tiene para pasar a ser propiedad del propio dinero. A partir de ahí, no sabrás diferenciar la vida que has creado tu, y la que ha creado tu cartera y tal vez, todo lo que has construido, se sustente sobre una mentira. ¿Da realmente la felicidad, el dinero? Seguro que no, pero también estaba seguro de que ayudaba bastante a conseguirla.
Con la tercera calada me vinieron a la cabeza las savias palabras de todas esas personas adultas que nutren tu infancia de consejos varios sobre tu futuro, sobre todo con uno en concreto: “Si quieres llegar a algo, tienes que estudiar”. Estudiar. Aprender. Basar mi vida en la búsqueda del saber y la cultura. ¿Es ese el verdadero objetivo de mi vida? Fumarme un tercio de mi vida entre libros y apuntes… ¿Y después? Fumarme otro tercio más trabajando.
La cuarta calada fue acompañada de una pequeña reflexión dentro de ese gran enigma: ésa es la vida que quieren para mí, la que todo el mundo espera. Una persona culta con un trabajo estable, un título bajo el brazo y una buena mujer para crear una familia. Eso era lo que el mundo quería para mí. Era la vida que una sociedad paternalista había creado para todos nosotros. No parecía muy buena idea, pero al final y al cabo, en este mundo, no hay demasiadas mejores opciones.
La quinta calada sonó a escupitajo sobre todos esos estereotipos e ideales. Yo quería mi propia vida, decidir mi propia existencia y crear mis propios ejemplos para seguir. La sexta calada iba impregnada de un gran deseo de conseguir esa quimera.
Con la séptima calada me di cuenta de que el cigarro se terminaba, y con él, mi reflexión. Mi conclusión llegó con la octava calada, que según mis cálculos, sería la penúltima. Entre la espesura y lobreguez del humo, vi claramente que no me importaban todos esos ideales, y que al fin y al cabo, la vida sí que es como un cigarro. Pero hay miles de cigarros, miles de clases, de marcas, de sabores, de aromas… Y nunca sabes cuál te va tocar. Así que mi conclusión fue vivir mi vida, dejar que el tiempo se fumara mi cigarro sin importarme qué se estaban fumando los demás y, sobre todo, apurando el mío hasta la última calada.
Con la novena y última, mis miedos y dudas se disiparon o, al menos, se escondieron entre el humo. Corrieron y se alejaron de mí. Y se fueron: los últimos pasos, la puerta final. Cerré esa puerta con llave, y la escondí en lo más profundo de mi ser, para que el miedo no volviera, para que las dudas no aparecieran, y nada me impidiera vivir mi vida.